Siempre me dieron miedo las sesiones de retrato. No sabía cómo dirigir a otros conforme a la visión de la foto, o al menos eso imaginaba mi mente. La raíz de esa excusa era que nunca lo había intentado antes. Pero ese día luchaba con el aburrimiento, la gripa y las ganas de crear; era una gran oportunidad para intentar. Mientras buscaba algo de que hacer, vagando por el pasillo, noté rayos de luz que se filtraban por la ventana hacia las escaleras. Amo los rayos de sol que entran e iluminan por la tarde. No podía desaprovechar, Dios me había provisto material, y yo tenía ganas de trabajar. Agarré mi cámara listo para documentar, pero algo no cuadraba todavía. Necesitaba un sujeto más concreto.
En urgencia, interrumpí a mi hermano para que dejara sus tareas escolares para experimentar haciendo lo que yo llamaba ‘arte’. Él lo tomó como un descanso nada más y accedió a una floja propuesta mía, pues no era nada prometedora. La evitada primera sesión de retrato finalmente llegó. Sin embargo, mi miedo a estas sesiones fue confirmado irracional, lo olvidé por completo. No fue difícil conectar mientras que jugábamos, lo habíamos hecho tantas veces antes. Y fue en esa misma cotidianidad donde Dios me mostró algo muy especial. Esa luz de la ventana me abrió los ojos. Después de años, verdaderamente me detuve a observar a mi hermano.
Matías siempre ha sido diferente y chistoso, una persona muy original. Yo lo había presionado (como típico hermano mayor) a dejar a un lado lo que lo hacía único, durante años. Me parecía molesto por alguna razón. Pero ese día, para hacer una buena foto de él, debía buscar exaltar sus cualidades. Y me di cuenta de que en mi vida, nunca había hecho ni deseado eso. En ese momento fugaz y mundano vi y aprendí a empezar a apreciar su forma de ser. El miedo a dirigir una sesión entonces no era una realidad, nunca lo fue, era orgullo. Entendí que una sesión se trataba de ser íntegro en buscar el bien de los demás, y como en todo, mostrar el amor de Jesús con cada individuo. Porque cada ser humano fue diseñado con algo único, a la imagen del Creador, y eso es especial. Cada quien alaba a Dios con algo único que Él les ha dado. ¿Quién soy yo para negarlo y querer ocultarlo? Mi labor es compartirlo.
Esta sesión, aunque corta y casual, me llevó a querer que las cualidades únicas de mi hermanito resaltaran. Al buscar el bien de tu vecino, desaparece el miedo que produce enfocarse en ti mismo. Mi primera sesión de retrato no terminó buscando perfección, sino guardando un momento especial en nuestra relación como hermanos. Aprendí a ver la belleza de Jesús en él. Aprendí que debía valorarlo tal como era. Dios lo hizo así por una razón específica, y es una razón perfecta.
Matías es así, y eso es muy especial.​​​​​​​
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